Autobiografías, Martín Caparrós y mi vecino

Se puede decir que escribir una autobiografía es un acto egocéntrico – sumamente humano, pero también egocéntrico. Cuenta Martín Caparrós que escribió sus memorias sobre todo para sí mismo, creyendo que este podría ser un libro póstumo. Sobra decir que requiere mucho valor sentarse y escribir, día tras día, sabiendo que el futuro se hace cada vez más corto, que uno escribe – recuerda – para despedirse del mundo. Hay otras autobiografías también, en otras estanterías en las librerías, cuyos autores/autoras buscan reivindicar su presencia en el mundo contando sus anécdotas, encuentros, historias vergonzosas o placenteras, convirtiendo su vida en un producto, con un único propósito – vender.

¿Para qué sirven las autobiografías hoy en día?, me pregunté varias veces, mientras mis ojos corrían por las páginas de “Antes que nada”. ¿Qué cosas puede contar uno que importen? ¿Cuando se enamoró por primera vez? ¿Cuando se masturbó por primera vez? ¿Cuando conoció a una persona importante, participó en un motín, fue arrestado, se divorció, enfermó, viajó, engendró un niño? ¿No son estas cosas que hacemos todos, que nos pasan a todos, de una u otra manera? Viajamos, conocemos lugares exóticos de mil maneras, criamos vástagos, nos enamoramos, compramos casas, tenemos nuestros tics, mentimos, herimos, engordamos con la edad, perdemos peso  – no tenemos que ser espectadores u oyentes pasivos de las aventuras de otros. Y sin embargo, lo somos, voluntariamente, porque el autor de una autobiografía es a la vez un contador de historias, por eso nos tomamos el tiempo para leerla. A lo mejor encontramos algo de nosotros ahí, o al menos, esperamos encontrarlo. No somos solo testigos de la historia, también somos la historia – entonces, ¿quién o qué nos puede sorprender, maravillar, repugnar, enseñar?

En cada grupito de amigos siempre hay alguien que toma la palabra antes que los demás – tal vez porque tiene algo que contar, o a lo mejor porque no soporta que hable otro – entretiene el resto con sus vivencias, fechorías y chistes, y los demás lo dejan hacer, el tiempo pasa, se crea un ambiente cómodo, ameno. El grupo sucumbe a la energía y los impulsos de uno, como suele suceder en cada grupo, se convierte en público. 

A veces veo en algunas entrevistas que la respuesta a la pregunta qué hobbies tiene es:  leer biografías, y me sorprende descubrir que esto se ha convertido en una actividad con vida propia. No leer, sino leer biografías. Parece que padecemos el morbo de convertirse en espectador pasivo de la vida del otro.

Por supuesto, hay quien busca inspiración en este género – una inspiración abstracta, comparable a la que despiertan las películas de superhéroes – que nos ciega y nos hace dar la espalda a los héroes cotidianos – qué nadie ha visto en la tele y nunca se escribirán sus biografías, y nadie sabrá su nombre.

Claro, resulta decepcionante cuando el autor no tiene grandes verdades para revelar – pero ¿quién decide si somos importantes, quién otorga valor a nuestros chistes, fechorías? Cada contador de historias encuentra su público.

Mi vecino se fue hace un par de meses. Se murió. Cuando me mudé a vivir donde vivo ahora, hace seis años, ya tenía demencia. Nunca hablé con él, nunca intercambié más que un saludo neutral con su mujer, que solía charlar con otras vecinas a través de las barras de la verja de su casa. Mientras, él callaba con ojos ausentes, sentado en una de las sillas en el porche. Se le veía cada vez más magro, seco, canijo -era un hombre pequeño y la enfermedad le chupaba la carne. Un día vi la ambulancia delante de su casa y creí que tendría un incidente. Semanas después me di cuenta de que la mesa y las sillas en el porche llevaban ya un tiempo cerradas con un candado y que no había movimiento en la casa. No sé si tuvo algo que decir antes de irse, si quiso dejar algo al mundo. No escribió su autobiografía. Tal vez quiso, pero no supo cómo. No sé si fue consciente de que cada día el futuro se hacía más corto.

Creo que las memorias de Martín Caparrós están escritas desde el motivo más auténtico, más humano, más noble, desde la necesidad de decir amo la vida, y escribo porque quiero, porque es lo que sé hacer.


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