El amor de Narciso

oscar wilde

Oscar Wilde (1854 – 1900)

Invita a pensar el hecho que el relato breve de Oscar Wilde sobre el mito de Narciso, traducido en español como El Reflejo, en original lleva el nombre The Disciple, El Discípulo. El relato pertenece a una selección de Short stories, publicada en 1894, poco antes de que Wilde tuviera que enfrentarse a un juicio por haber mantenido relaciones homosexuales.

En aquella época ya tenía una relación con Lord Alfred Douglas y se había adentrado en el oscuro mundo de los chicos jóvenes que vendían su cuerpo, en el mundo de las drogas – todo para satisfacer los caprichos de su amado. Con la ironía aguda y elegante que caracteriza su escritura, Wilde centra su relato no en Narciso, sino en el que ofreció el espejo – el río, después de la muerte del hermoso muchacho. Es una especie de post scriptum, epílogo del mito, una especie de “Y qué pasaría si…” El río llora la muerte de su amor perdido para siempre. Pero no se había dado cuenta de que era hermoso:

-Si yo lo amaba […] es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.

Así Wilde no sólo relativiza la figura del narcisista, sino que también a través de la ambigüedad intencionada desplaza el peso del vínculo y el concepto de la relación sana: Narciso y el río estaban felices mientras cada uno podía admirar su propia imagen en los ojos del otro.

Conocemos el mito de Narciso, el fenómeno de la personalidad incapaz de amarse a sí misma, que busca rodearse de otros que pueden contribuir a su brillo. Pero Wilde llega más allá y formula la pregunta: ¿qué ocurre, si el otro en una relación también es un narcisista?

En el encuentro entre él y el mimado, caprichoso Lord Alfred Douglas chocan dos narcisistas. No es una combinación común, ya que el narcisista necesita personas que puede dominar, controlar. En cierto modo, el narcisista es victima y esclavo de sí mismo, prisionero de su ego. Pero sería una vía escapatoria fácil sugerir que esta condición convierte a la persona en una figura trágica. Entonces,¿qué une a dos personas narcisistas? Probablemente no es la percepción que tienen de sí mismas, sino lo que quieren reflejar ante la sociedad, ante todo el mundo fuera. El otro, la pareja, debe contribuir a crear y representar esta imagen. Debe de ser una relación que se consume y carcome por dentro, que arrastra a los dos hacia la miseria humana y los hace infelices. Una relación estática, que carece de cualquier potencial de desarrollo, dado que se apoya únicamente al momento en el que uno sirve al otro para que este pueda brillar ante sí. Pero ambos prefieren vivir la infelicidad y seguir “usando” al otro para representarlos ante el mundo.

No sé si en el momento de escribirlo Oscar Wilde pensaba en sí mismo y su relación con Alfred, o si este relato tan breve es sólo una ocurrencia entre las muchas que el prolífico y talentoso dandy tenía. Siendo estudiante, Wilde tomó la decisión consciente de crear su propio personaje – de convertirse en una personalidad extravagante, original, chocante. Le gustaba burlar las normas, mejor dicho: le gustaba sentirse por encima de las normas. A lo mejor le gustaba saberse intocable, a lo mejor confiaba en que su fama, su talento, su riqueza, la posición de su familia serían un escudo lo suficientemente firme para protegerlo de la prudente y rígida posh society. Se equivocó.

¿Se puede curar uno del narcisismo? Más bien puede aprender a reconocerlo y aceptarlo – si quiere. Y Wilde tuvo mucho tiempo de reflexionar y rendir cuentas ante sí mismo. “De Profundis”, la carta a Lord Douglas que escribió durante su estancia en la cárcel, es una declaración de amor definitiva a la persona que le había revelado el camino hacia los abismos del alma humana. Pero también es una declaración definitiva a la vida, y a su propia vida en particular. Wilde está en paz consigo mismo y con las consecuencias que conllevan su decisiones:

To regret one’s own experiences is to arrest one’s own development. To deny one’s own experiences is to put a lie into the lips of one’s own life. It is no less than a denial of the soul.

(Arrepentirse de sus propias vivencias es detener el desarrollo de uno. Negar sus propias vivencias es poner una mentira en los labios de la vida de uno. Es nada menos que la negación del alma)

Ni siquiera el amor genuino que siente por sus hijos puede combatir con la pasión por el joven Lord. ¿Fue amor verdadero que sintió entonces?¿Amó el río a Narciso y Narciso al río? ¿Quién decide qué es el amor y cuándo es bueno?

Con el giro inesperado que da a la historia, Wilde rompe con la idea de que el narcisista elige a personas que carecen de un yo fuerte y que al final acaban aniquiladas por la personalidad autoritaria y el ego del narcisista. Y más allá de esto, no podemos sino hacernos la pregunta: ¿Es esto amor? No lo sé.

La amistad desde el punto de vista de un narcisista

Narcissus, Caravaggio, 1594-1596

Me gusta pensar que mis amigos deben adornar mi personalidad, mi día a día. Por eso presto mucha atención a quien permito acceso a mi círculo personal. Elijo escrupulosamente, pues no todo el mundo es digno de mi presencia y atención. Desde mi infancia temprana, he sabido que soy distinto y he aprendido a aceptar este hecho con la cabeza bien alta.

Aquellos que he elegido como mis amigos también llevan una distinción por el simple hecho de ser mis amigos, y esto los hace personas únicas, sumamente originales: personas en las que me veo reflejado.

Tener un gusto tan exquisito con respecto a las personas condena a la soledad, debo reconocerlo. Pero prefiero mi soledad antes de rebajarme y unirme a la masa. La función de la masa debe ser, y es, tan sólo un fundamento sobre el cual me elevo para brillar con toda mi excelencia. Por eso, mis amigos, mis fieles seguidores, son en realidad mis discípulos, y es mi deber guiarlos e indicarles el camino correcto. Ninguno debe tener la sensación de que se acerca a mi, que es igual a mi. No tolero la rebelión.

Me atraen las personas cultas, sumamente inteligentes, talentosas. Me resulta fácil ser generoso, magnánimo con ellas para ganarme su amistad, porque, al fin y al cabo, si quiero que su talento me sirva, debo ofrecerles algo a cambio, esto es justo. Me gusta agasajarlos, darles la sensación de que son especiales para mi y ante todo el mundo.

Pero, seamos sinceros, la amistad es algo sumamente sobrevalorado. Es algo que quizás sea bueno para la masa, para el pobre diablo que necesita sentirse arropado por sus parecidos, porque esta sensación insufla seguridad y fuerza. Pero para personalidades como yo, que han sido elegidos para brillar, está claro, que nadie puede aproximarse y medirse conmigo. Las estrellas solitarias brillan más fuerte porque son solitarias.

Hace poco me topé con lo que Séneca dice sobre la elección de los amigos:

Después de la amistad se ha de ser fiel; antes de ella se ha de juzgar…[…]. Reflexiona durante largo tiempo si tú debes recibir a alguno como amigo y, una vez te agrade que se lleve a término tu elección, admítelo con toda tu alma; comunícate con él como contigo mismo. (Cartas a Lucilio)

Conmovedor, decididamente conmovedor. Diría que la primera parte del consejo me parece bien acertada, aunque quizás formulada para el vulgo. Porque personas como yo, dotadas con la habilidad de ver el potencial de alguien para ser mi amigo, quedamos prendados al instante, incendiados ante el reto de ganarnos a una persona que podría servirme con sus talentos. Por eso imagino que el hombre sabio no tomó esto en cuenta en la segunda parte de su consejo.

Recuerdo una anécdota sobre Robert Musil, que leí hace tiempo en el libro autobiográfico de Elias Canetti. Mientras escribía Der Mann ohne Eigenschaften (El hombre sin atributos), más pobre que una rata, el círculo de escritores y artistas que él trataba, se encargó de reunir dinero para mantenerlo, para que Musil pudiera seguir escribiendo su obra de cuya brillantez estaban convencidos. Musil consideraba el dinero algo tan inmundo y despreciable que ni se rebajaba a tocarlo, lo recogía su mujer, que también tenía que ir con él y abrirle las puertas en los sitios a los que iban, ya que Musil se negaba a tocar los pomos, por el mismo motivo.

Debo decir, que Musil hubiera disfrutado con mi comprensión total. Considero que uno debe ser consciente de su excepcionalidad, de su “gigantez”, como probablemente diría Nietzsche y no dejarse suavizar por un concepto tan ingenuo y absurdo como el “amor al prójimo”. Ya lo decía este águila de espíritu universal, sobrehumano:

la razón primordial misma es considerarse un destino, no querer ser “distinto”. (Ecce Homo)

Por eso no me resulta difícil cerrar la puerta para siempre a los que traicionan mi confianza o que tienen la soberbia de creer que pueden aconsejarme. El que da un consejo siempre parte de la suposición de ser superior al que necesita un consejo. Los que osan de convertirse en traidores, y entiendo como traición cualquier intento de rebajarme y ponerme al mismo nivel con la masa, que intentan perturbar mi ser, mi singularidad con su vulgaridad, dejan de existir para mi. Simplemente dejo de verlos, se convierten en aire que mi mirada atraviesa. Porque el perdón es para los débiles.

Obsesiones perras

Gustave Doré, Dante Alighieri – Inferno, Plate XXII, Canto VII: The hoarders and wasters.

 

For all the gold that is beneath the moon,

or ever has been, of these weary souls

Could never make a single one repose.

 

Obsesiones que aceleran el corazón. ¿Qué obsesión no acelera el corazón?

No sé si bendecir o condenar aquel momento cuando mi boca inocente formó las palabras: “Vamos a tener un perro”. Desde entonces he visto como el sol sube y baja del horizonte miles de veces, pero mi corazón sigue latiendo en el ritmo de un-perro, un-perro. Camino por la calle y mis ojos desesperadamente saltan de un lado al otro en busca de algún peludíto con trufa húmeda, moviendo la cola. Mi corazón se estremece de ternura, todo mi cuerpo se estremece. Durante mucho tiempo no percibía a personas, tan sólo rastreaba las calles con una mirada de águila rezando por que Dios pusiera en mi camino un cachorrito dulce. ¡Un-perro, un-perro!

Las obsesiones son como los enamoramientos. Claro, si el enamoramiento es una obsesión. Vivo por desvivirme.

¿Por qué necesito un perro? Como si no tuviera nada mejor que hacer. Desesperada de encontrar un argumento objetivo, llegué a la autoterapia. Decidí que mi vida social – que nunca fue especialmente rica, se estaba reduciendo al mínimo, así que un perro sería mi salvador del abismo de los monólogos.

Me gusta pensar a lo grande. Think big! Antes de que me diera cuenta, ya estaba pensando en un centro de terapia con perros. En mi cabeza, las ideas vienen como carcajadas – repentinas, en abundancia, pertenecen al momento.

Sueño con un compañero ideal, entregado y fiel, que tenga el talento de leer mi mirada, que ponga su patita sobre mi rodilla y inclina su cabeza a un lado, sacándome un suspiro de ternura, para invitarme a pasear, para preguntarme qué tal mi día o por qué estoy triste. Me lo imagino de la manera más romántica, mi héroe camina a mi lado en la oscuridad.

¿De dónde cobran tanta fuerza las obsesiones?Se convierten en un torbellino, después de empezar como un capricho inocente, inofensivo. A veces mi fijación de abrazar un peludo ladrando crece tanto que siento que el deseo de verdad desaparece, se convierte en un deseo hueco. Lo quiero tanto que dejo de quererlo de verdad. Una fijación de querer.

Necesito verbalizar mis deseos para darme cuenta si realmente son deseos. Necesito actuar para darme cuenta de que mis actos serán un fracaso.

Perros hambrientos en manadas, medio salvajes, cruzando las calles en busca de comida. La hambre los convierte en asesinos.

Perros esperando en las tiendas locales, debajo de la barra, mirando las manos de cada persona que entra y sale: si están llenas, se levantan como uno, y lo siguen.

¡Ay de él!

¿Perder la cabeza por un perro?

Recoger caca. Caca de perro.

Obsesiones que nos arrastran al borde de la locura. Un amour fou.

Un amour fou es una obsesión perra.

Paseos a horas intempestivas. Necesito mi sueño de siete horas. Odio madrugar.

El sano juicio. Cuando decidí que tenía que tener un perro, pregunté durante un año a todos mis conocidos, compañeros, alumnos, desconocidos en la calle y en los bares, sobre su experiencia perruna. Nunca pido opinión cuando sé que quiero algo. Conociéndome, más tarde llegué a pensar que mi sano juicio ya sabía que no debería hacerlo – por eso busqué una escapatoria creando motivos de “no”. Las decisiones demasiado reflexionadas quedan reflexiones no vividas.

Isn’t it a pity?!

Nikola Vaptsarov: la eterna pelea con la vida, o la grandeza de un hombre

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Nikola Vaptsarov, el poeta de las máquinas, cayó victima de las luchas ideológicas, sin ser ideólogo el mismo. Asumió la culpa y la responsabilidad de otros, pagando quizás una deuda para con sus compañeros que solo él mismo había decidido pagar. Fue un soñador, que necesitaba vivir por algo más del día a día, respiraba visiones: no solo pero solitario, no comprendido. No sería justo reducirlo a un antifascista: su fe y sus ideales, como leemos en sus poemas, se extienden más allá del simple servicio al movimiento comunista.

Como sabemos hoy, su persona y su obra fue celebrada y elevada en culto por las personas que ocuparon puestos principales en el partido comunista después del año 1945 y por las que Vaptsarov pagó con su vida. ¿Fue un héroe? Fue más que esto: hasta su ultima hora quedó fiel a si mismo, a su visión del hombre, del ser humano, se fue con dignidad y sus últimas palabras fueron dirigidas a su esposa y a su pueblo, y son palabras de amor.

Choca la contradicción entre el trabajo duro que tuvo que ejercer y la sensibilidad y riqueza de sus versos, de una sonoridad y ritmo quizás inusual para los lectores del principio del siglo que todavía llevaban en el corazón las metáforas del patriarca de la literatura búlgara, Ivan Vazov. Vaptsarov era el único que sabía que ya era un poeta, solo él creía en el valor literario de su obra.

En eso consistía su gran tragedia y soledad personal y literaria: ser consciente de su talento, saberse un poeta y no encontrar un camino para realizarse en el mundo literario y ser reconocido por sus compañeros. Un alma sensible entre los obreros y las máquinas, un soñador y espíritu libre entre los ideologizados y estrechos de mira compañeros comunistas.

A lo mejor, lo que el joven poeta sentía haber perdido, era su fe. La fe en la vida, que celebraba en su poema homónimo:

Pero, digamos,

cogéis, cuanto?-

un grano 

de mi fe,

rugiría entonces,

rugiría de dolor,

como herida 

en el corazón pantera

.¿Qué quedará

de mi entonces?

Un instante después del robo

seré hundido.

Y aún más claro,

y aún más cierto –

un instantte después del robo

no seré nada.

La fe de Vaptsarov es una fe y optimismo sin fronteras en el futuro, en el ser humano, en la capacidad de este ser de crear, forjar su vida con sus propias manos y ser feliz por ello. Sus poemas son un constante diálogo con la vida, una riña sin cesar, un amor incondicional y un reproche a raíz de su dureza e injusticia. A veces parecen casi incomprensibles el optimismo y las ganas de vivir del joven maquinista: Siendo un adolescente, al enterarse su padre que su primogénito quería dedicarse a las letras y a la poesía, le dio una paliza tan severa, que Nikola tuvo que pasar una semana envuelto en pieles de oveja, un remedio casero de la gente del pueblo. Su padre era un revolucionario que había dedicado su vida a la causa macedonia: “Tres hermanas, Mizia, Trakia y Makedonia”, tenían que reunirse. Esto no rompió la fe y la voluntad de Nikola. Ni cuando su padre le envió a estudiar a la academia naval en Varna, aunque su hijo quería ir a la universidad y estudiar literatura. Allí pasaría seis años de su vida, y al final pronunciaría un discurso que cuestionaba la humanidad de los métodos de enseñanza ahí y la necesidad de su severidad. Este discurso le costaría su diploma, así que los seis años serían en vano, Vaptsarov nunca sería marinero. No solo esto, tendría que conformarse con cualquier trabajo que encontraría de ahí en adelante – trabajo no cualificado, de mecánico, fogonero – y hasta el final de su corta vida llevaría una llave mecánica en el bolsillo. Y sin embargo, escribía. Dedicaba sus ratos libres a crear versos.

Su poema “Fabrica” trata del precio que requiere la vida, la fabrica es una metáfora de la vida.

Y este grito fue la mezcla,

con la que

armamos nuestra vida así

que si le metes

un palo entre las ruedas –

te partirás el brazo…

bajaremos el sol

a nuestro lado.

Su vida privada también fue marcada por la trágica pérdida de sus dos hijos, uno a solo ocho meses de edad, el otro antes de nacer. ¿Se habría entregado el joven poeta a la lucha antifascista, si la vida le hubiera ahorrado la pérdida de un ser tan querido? ¿Habría sido su vida distinta si hubiera conseguido consagrarse como poeta? Son estas preguntas especulativas que al fin y al cabo no tienen importancia: Vaptsarov fue hijo de su tiempo, escribía sobre la injusticia que veía, soñaba con una vida plena y libre, necesitaba vivir sus visiones y sus ideales, y en cierto modo, en sus momentos finales se unen el hombre Vaptsarov que se despide de la vida cantando y su héroe de “Canción sobre el hombre” que a través de la canción siendo ejecutado llega a encontrar la paz, a estar en paz consigo mismo y la vida. ¿Una epifanía? Quien sabe. Muchos de los versos de Vaptsarov sugieren un presentimiento de su destino.

Vaptsarov no estuvo solo con sus innovadoras ideas de poesía, hubo una ola de poetas de la época entre las dos guerras, como Geo Milev y Hristo Smirnenski, pero él no consiguió abrirse camino con sus versos, no hubo reconocimiento para su obra, tan solo criticas negativas.

En la obra de Vaptsarov hay marineros, fabricas, lugares exóticos, visiones del futuro. Pero también sorprende la musicalidad de sus versos, su complejidad sonora. Hoy el ritmo y la musicalidad de “Romantica” , de su primera parte en particular, suenan como la uvertura de una sinfonía, como una marcha solemne de la victoria del nuevo tiempo:

Yo quiero escribir

hoy

un poema,

en el que respire

el verso de la era

nueva.

Que se estremezcan en él

las alas

del demonio

orgulloso,

cruzado de polo a polo

el mundo.

Duelo”, uno de los poemas más emblemáticos de su único libro publicado en el año 1940, “Canciones del Motor”, narra la historia de la lucha interminable, cruda, con la vida y por la vida. En búlgaro «vida» es del género masculino, de modo que el poema trata del duelo con un adversario igual, la energía que emanan los versos es muy masculina, como dos titanes de la mitología griega. A pesar de la dureza, de la crudeza de esta lucha entre iguales, el duelo está envuelto en un halo romántico, irradia una fe inquebrantable en la vida, en el acto de vivirla.

Y una vez más, en “Carta”:

Si supieras como amo la vida!

Y como odio

las vanas quimeras…

A lo mejor a Vaptsarov le pesaba el hecho de haber revelado a la policía los nombres de sus compañeros, seguramente después de haber sido torturado. Para ocultar los nombres de los miembros del comité que organizaba las actividades contra el régimen y salvarlos, el partido comunista toma la decisión, antes de empezar el proceso contra Vaptsarov y sus compañeros, que él y otros dos deben declarar ante el juez que forman parte del dicho comité. Vaptsarov obedece, sabiendo que se envía a muerte segura.

El 23 de julio de 1942, Vaptsarov es condenado a muerte según la ley de protección del estado. La sentencia es ejecutada el mismo día, las suplicas de la madre y la hermana ante el rey no ayudan . Unos pocos años después de sus «Canciones del motor«, Vaptsarov y sus compañeros de lucha se enfrentan a sus últimos momentos de vida y a los soldados cumpliendo la orden de fusilamiento, con la canción de los héroes búlgaros: “Тоз, който падне в бой за свобода, той не умира…” Aquel que cae en la lucha por libertad, no muere.

En 1952 Dolores Ibárruri, La Pasionaria, nomina a Vaptsarov para el Premio Nacional de la Paz, no solo por su poesía, sino también por sus actitud durante el proceso. El gobierno búlgaro comunista ordena y asegura fondos para la construcción de monumentos del comunista Vaptsarov (aunque él mismo nunca fue miembro del partido comunista), colegios empiezan a llevar su nombre, su obra se traduce a otros idiomas.

En las últimas horas de su vida, Vaptsarov escribe dos poemas: uno, dedicado a su mujer, y otro, después de la lectura de la sentencia, dedicado a su pueblo. Sus últimas palabras son de amor, fe y entrega.

A mi esposa

 

Vendré a veces en tus sueños,

un huésped inesperado, ni querido.

No me dejes afuera en la calle,

no eches el cerrojo a la puerta.

Silenciosamente entraré. Me sentaré tranquilo,

fijaré mis ojos en la noche para verte.

Y cuando contemplarte sacie mi ser

te besaré y partiré, me iré.

La lucha es inexorablemente cruel.

La lucha, dicen que es épica.

Caí yo. Otro ocupará mi lugar y … ya está.

¿Acaso un hombre aquí importa?

Disparos, y después – gusanos.

Tan lógico, sencillo es.

Pero en la tempestad caminaremos a tu lado,

pueblo mio, porque te amamos!

14 hrs – 23.07.1942

Fuentes:

Programa en la Televisión Nacional Búlgara “Historia BG – Nikola Vaptsarov”, 1.12.2014

Cinco relatos sobre un fusilamiento”(2013), pelicula documental, dir. Kostadin Bonev

Nikola Vaptsarov, poemas: http://www.slovo.bg

Sobre la libertad de decidir

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No hay nada más difícil que cumplir con la tarea: “Escribe sobre lo que quieras”. Este fue el primer ejercicio que me propuso mi profesor del taller de ensayo al que me apunté. De repente el concepto de la libertad toma otros contornos y siento un ataque de ansiedad y ganas de cubrir mi cabeza con los brazos en la posición de feto, esconderme en la cama, contagiarme con algún virus superpeligroso o quién sabe qué más: cualquier cosa sería bienvenida. ¡No quiero ser libre! ¡Quiero que me digan lo que tengo que hacer! A quién le importa que han caído sistemas por la libertad, que es este asunto por el que suelen rodar cabezas y la gente sacrificarse.

Siendo profesora, al instante siento la más profunda empatía para con mis alumnos, lágrimas amenazan a inundar mi rostro, mi labio inferior empieza a temblar convulsivamente y me pregunto como he podido ser una Cruela De Mon y exigirles a mis alumnos, mis pobres niños, que piensen, que muestren iniciativa, que estén alerta a lo que el mundo tiene que ofrecerles.

Es más: soy búlgara, pertenezco a una tribu (que me perdonen mis paisanos por rebajarlos de tal modo) que vive y se desvive por sus raíces, que le encanta graduarse, casarse y vestir sus inocentes bebés recién nacidos en trajes folclóricos, y lo que más le encanta es darse en el pecho y gritar llena de orgullo “soy búlgaro”. Mi país vive pues, tal como lo dijo Eduardo Galeano sobre los españoles en su celebrado libro “Las venas de América Latina”, con la mirada en el pasado. Lo más bonito es emborracharse y cantar juntos canciones patrióticas del principio del siglo pasado, o si es del anterior, incluso mejor. Con la mirada nublada de alcohol y emoción, abrazados. Cantan, y por supuesto forma parte del programa escolar, y eso es a lo que voy en este párrafo: “Aquel que caiga en la lucha por la libertad, no muere..”

Y aquí estoy yo, olvidando vergonzosamente mis raíces balcánicas. La famosa frase de Freud sobre el narcisismo de los pequeños ni la vamos a mencionar, porque estropea el concepto. Pero si, que no sé que hacer con esta libertad.

Siento como gritos de impotencia mueren ahogados en mi garganta antes de haber nacido. Ay, el quejío flamenco con todos sus colores y matices me parte el pecho, y es que ahora, lo juro, por primera vez entiendo completamente, siento y me identifico con todos y cada uno de estos matices. ¡Ay, que peníta!

Todas las ideas de las que me gusta presumir – presumir ante mi misma, por supuesto, porque en realidad me moriría antes de enseñar mis obras a cualquiera – se desvanecen, me parecen tan insignificantes, ridículas, que me siento más pequeña que la hierba. Y me envuelve un existencialismo, que vamos, Camus empalidecería ante mi, acabo preguntándome que para qué tengo que romperme la cabeza pensando, si la vida sigue su paso de todos modos, y nada tiene sentido, y ¿para qué estamos en este mundo, en realidad?

Me acordé que una vez, ojeando una entrevista con Woody Allen leí que cuando le faltaban ideas, se duchaba. Yo también había descubierto este truco, así que me tomé una ducha. Larga. Es cierto, empezaron a surgir frases y palabras sueltas en mi cabezas, como pelotas llenas de agua en el mar. El problema es que tengo que apuntarlas al instante, porque sino a las pelotas les sale el aire y acaban en la canalización. Algunas veces he tenido que salir de la ducha medio goteando para apuntar una o dos frases que considero célebres y que no se deben perder pase lo que pase. Para horror de mis gatos, que no saben que pensar de mi. Por supuesto, en momentos así estoy cabalgando más bien la ola del idealismo, antes que aceptar estoicamente mi vida tal y como es. No sé que opinan mis gatos de todo esto, puede que les dé pena,y que por eso se acercan y empiezan a secar mis pies con la lengua, al fin y al cabo son unos seres amorosos.

En medio de todo este tormento me llega un mensaje de una amiga que me invita a tomar café con ella y con otra amiga. De repente, no tengo ninguna duda que el placer de quedarme sola en casa, escribiendo, sonriendo para mi, es incomparable con la oportunidad de avivar mi vida social un poco gris.

Sobre la amistad

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La amistad, Pablo Picasso, 1908

 

A menudo me parece que mi vida es más interesante que la ficción y supongo que muchos que escriben sufren del mismo narcisismo. Hace tiempo, por motivo de una visita recordé una parte de mi vida, que ya lleva tiempo acumulando polvo en el cajón de mis recuerdos. Esto me llevó a intentar imaginarme un encuentro con alguien que ocupó un lugar en ella. Y mientras escribo, me doy cuenta que es alguien que, – por nuestras circunstancias -, casi con toda seguridad no volveré a ver, no en esta vida.

Aquella fue una de esas amistades que simplemente ocurren, que parece que tienen su propio motor, que no hay que hacer nada para que ocurran y perduren en el tiempo. Si, aquella amistad fue algo que simplemente pasó, y debo decir que entonces, en mis años adolescentes, vivía de manera poco consciente: dejaba que las cosas pasaran, no sentía ninguna energía para llevar mi vida, por distintos motivos. Era extraña la comunicación que surgía entre nosotros, entre este amigo y yo: era más bien un sentir mutuo, más allá del intercambio de opiniones verbal, de actitud hacía la vida, a pesar de las discrepancias (que no eran pocas), era más bien la energía que se creaba por la simple presencia del otro. Y, quizás lo extraño es que nunca hubo nada erótico, ni una pizca de deseo entre nosotros.

Supongo que nos pareceríamos en algo, porque la adolescencia confía más en los instintos, en los sentimientos y las emociones. Pocas veces es calculadora, e incluso entonces, los instintos casi siempre ganan. No fue mi único amigo, pero si creo recordar esta amistad como la más energética.

Con los años, las discrepancias se hicieron gigantescas y la atracción mermó hasta volverse …. no sé: insignificante, quizás. Desapareció enterrada bajo nuevas amistades, bajo fracasos amorosos y ambiciones. Quedó archivada en el cajón “recuerdos”, o a lo mejor incluso “recuerdos especiales”. Los encuentros también quedaron esparcidos entre períodos cada vez más largos en los años después del instituto: quizás, como muchas otras amistades, lo que mantenía esta era el contexto, eran las circunstancias. Yo me fui a cumplir los sueños de otros y satisfacer el ego de otros con respecto a mi vida, y él se dedicó a perseguir su sueño.

Imagino que estoy de visita en Bulgaria, mi país natal, donde hace años y años que no vuelvo, donde me siento una extraña (en ningún país me siento extraña, solo allí). Estoy, pues, de visita en mi país e intento sentirme en casa mientras me pregunto que puñetas hago aquí y conformarme con e hecho de que tendré que aguantar estoicamente hasta que termine el tiempo previsto para esta visita a casa que no acabo de sentir como casa. Mi viaje me lleva a uno de los monasterios que no conozco, uno de los que no están llenos de turistas y/o visitantes que han descubierto en si el fervor de defender la fe cristiana y necesitan ser bautizados a una edad que se podría llamar madura. Cierto, la ola de bautizos ya pasó hace años, la generación de los bautizos tardíos y de las enormes cruces de oro colgando del cuello ya se ha bautizado, la joven generación lo hace a una edad menos incómoda. Incómoda para ser bautizada, quiero decir, la adolescencia en si ya es lo más incómodo en la vida de una persona.

Me paro en el monasterio (todavía no he descubierto porque estoy sola, sería inimaginable irme de viaje sola en Bulgaria, pero ahí va la película que se está montando en mi cabeza), probablemente atraída por el olor a madera y dulces, por esta extraña mezcla de olores que desprenden los monasterios en Bulgaria, una mezcla de incienso, hierbas, dulces caseros recién salidos del horno, madera y sol. O a lo mejor son recuerdos que se han mezclado en mi memoria y que por algún motivo asocio con los monasterios. Siempre me chocó la paz que emanan. Una paz que, a veces, asusta.

Seguramente es el principio del verano, el calor no asfixia, el sol no me castiga sino me hace esbozar una sonrisa, los árboles sueltan su aroma tan especial a corteza, tierra, hojas. Y seguramente presiento la belleza del altar que voy a ver, la paz y e silencio de sentarse en un banco y simplemente respirar y estar ahí. Los altares en las iglesias ortodoxas búlgaras me maravillan, hay un extraño misticismo en ellos. Lo siente uno tan solo al entrar en cualquier templo, como si rezara: “aquí estoy, a pesar de todo”. Y este “a pesar de” reúne en si toda la idea de la iglesia ortodoxa. Una mártir que vive a través del sufrimiento, no una que celebra la fe.

Y mientras estoy sentada en el banco y presiento que he acabado yendo a este monasterio por algo que todavía no ha aparecido/ocurrido y me abruma la certeza de mi existencia ( hay pocos momentos así en la vida de uno, cuando la consciencia de estar ahí culmina uniéndose con el placer y la paz de sentir de que uno está ahí), se me acerca un monje y se sienta enfrente de mi, sin decir ni una palabra.

Mis ojos encuentran sus ojos, nos miramos sin sorpresa, sin la euforia de las amistades que perduran en el tiempo y la vida, sin gozar de la complicidad que recordamos y reafirmamos, que nos reafirma en nuestra historia, nuestra identidad. Nos quedamos así, sentados, envueltos en la mezcla miraculosa de sol, incienso y árboles, ninguno hace un ademán de abrir la boca, de empezar una conversación, de agitar la mano, dar palmadas en el hombro, alzar la voz en grata sorpresa “Pero, hombre, ¿tú aquí? “ y pasar a contarnos las aventuras. Es más, ambos sabemos que ninguno va a hacer este ademán, porque aquella primera mirada ya lo ha resumido todo, y las aventuras de alguna manera no importan, y lo que cada uno ha llegado a ser es perfectamente visible para el otro, y las máscaras aquí no importan, y tampoco se nos ocurre ponérselas. Seguimos así, los minutos pasan, ni siquiera nos miramos directos a los ojos, ¿para qué?, si con la primera mirada ya nos hemos visto, si, es esto: nos hemos visto, a través de todas las capas bajo las que escondemos aquella muchacha insegura, impulsiva, inquieta, perdida y aquel chico testarudo, ruidoso, igual de impulsivo e inquieto. Nos aseguramos tan solo de vez en cuando con e rabillo del ojo de que el otro sigue ahí, y algo de la euforia sí que se hace el camino, pero no llega a la superficie, no se manifiesta, para no estropear este momento tan perfecto.

Al rato, el monje se levanta con cuidado, con una mirada corta hacia mi, y se aleja. Me quedo, ligeramente sonriendo, más bien por el cosquilleo de los rayos del sol que por este encuentro inesperado-presentido. Al levantarme del banco, por un momento siento que se levanta no la mujer de casi cuarenta años a la que la vida ha ido poniendo rostros distintos, sino aquella muchacha, un poco salvaje, tímida y valiente a la vez, inquieta e inerte, idealista, romántica, moralista, infeliz, con menos peso sobre los hombros. Y entonces, esta ventana del tiempo de repente se cierra, soy yo, la mujer que ya ha empezado a encontrar cabellos blancos en su melena, con menos timidez y menos valentía, con el idealismo escondido en el corazón y moralismo convertido en cinismo, que sale por las puertas altas del monasterio.

La imagen del individuo en “Topología de la violencia” de Byung-Chul Han

Parecido a Agamben, se adentra en las oscuridades de la naturaleza humana, dibuja un presente oscuro para los hombres, después de lo cual sólo nos quedaría renacer como el ave Fénix o hundirse para siempre. Es un libro melancólico, con un punto macabro, cuyas frases cortas, secas remiten, o más bien tienen aires de la estética asiática, como un contrapunto al establecido estilo occidental académico.

Culmina con la figura de Homo liber, un prisionero de su propia libertad. En el contexto de su posición dentro de la sociedad, Homo liber es una especie de opuesto al Homo sacer de Giorgio Agamben. El nuevo Homo liber es prisionero de su naturaleza y por ende del progreso de la humanidad. La violencia es una parte inherente a él, una parte inevitable que toma todos los aspectos imaginables. El Homo liber, a pesar de crearse a si mismo superando el Panopticón de Foucault, no puede renunciar a sus demonios.

En la Antigüedad, la violencia se celebra, su puesta en escena “es un elemento central y constitutivo de la comunicación social”. En la Modernidad, el rostro de la violencia sufre una transformación, aunque sigue siendo una violencia de la negatividad.

Han mantiene el concepto de bipolaridad desarrollado por Carl Schmitt (Freund/Feind: amigo/enemigo), Nietzsche (bien y mal) y Foucault (verdugo y victima). La violencia se interioriza y se naturaliza. Este concepto de la violencia corresponde a la idea de la sociedad del rendimiento, la sociedad occidental, capitalista, neoliberal, que puede permitirse sufrir de depresión y burnout. Pero hoy chocamos con el concepto y manifestación primitivos del Estado Islamico (ISIS), que horrorizan nuestra sociedad culta y civilizada, con apariencias de la violencia mucho más refinadas, no por eso menos sádicos y destructivos. Este choque es el verdadero clash de las culturas, que estremece e indigna nuestra sociedad.

El concepto de la sociedad del rendimiento con sus enfermedades modernas, la depresión y el burnout. no es nuevo, en el lenguaje psicoanalítico se les llama psicosis ordinarias. Por eso confunde un poco el hecho que el filósofo da tanta importancia y presenta la sociedad del rendimiento como un fenómeno que mueve el mundo hoy en día. Se puede decir incluso, que omite sucesos en el mundo que contradicen a su teoría, como por ejemplo la Primavera Árabe, y se centra únicamente en la sociedad del rendimiento representada por los países económicamente influyentes. Byung-Chul Han presenta un individuo atormentado, un individuo que obviamente ha tomado el camino equivocado y se ve enredado en sus propios conceptos e ideas en busca de una vida satisfactoria. La sociedad está reducida al concepto de un conflicto antagonista entre extremos y dibuja un ser sumamente infeliz, incapaz de huir de su lado oscuro y sucumbiendo bajo ello. En realidad, suena sobre todo como una acusación directa contra las ideas neoliberales y esto, desde mi punto de vista, da un toque demasiado subjetivo a las ideas del autor.

“La vida nunca ha sido tan efímera como hoy”. La sociedad de hoy, la sociedad del rendimiento se autopercibe y autodefine como una sociedad de la libertad. El narcisismo caracteriza la problemática del individuo contemporáneo, pero este es incapaz de conseguir cualquier objetivo, ya que se auto-obliga a negar sus logros para aumentar el sentimiento del yo. El yo, la naturaleza humana, es el motor de la violencia. Las enfermedades del siglo XX – XXI caracterizan la sociedad del consumo y son su producto al mismo tiempo. El yo intenta destruirse a si mismo, mientras cree que es libre. También la violencia constituye el yo, es parte de la construcción de la identidad, es una fuerza constructiva.

La soledad de Camille Claudel

Si hubiera nacido hombre, Camille Claudel probablemente habría tenido más suerte en la vida que eligió llevar. Pero su obra quizás no emanaría la complejidad filigrana y profunda, la mezcla entre sensualidad, ternura y pasión, transmitidos con una técnica de esculpir valiente, exacta y fina a la vez, que se convirtieron en sello de esta artista genial. A lo mejor se puede decir que Claudel fue victima del conflicto entre su temperamento y las normas de la sociedad del siglo XIX. Y, además, ahí estaba la paranoia.

Sakuntala 1888

Sakuntala 1888

Nació un 8 de diciembre. La foto más conocida de su juventud muestra un niña con el pelo cayendo sobre la frente, casi cubriendo los ojos, la barbilla hacia delante en un gesto desafiante, testarudo, y la mirada hacia dentro, hacia su mundo interior, poniendo un muro entre el fotógrafo y ella. Nada femenina, nada decente. Eligió una pasión que pertenecía al mundo masculino y con ello eligió formar parte de este mundo, costara lo que costara. Pagó un precio alto para poder seguir su pasión, su vocación. Su don ya le pedía un gran sacrificio: renunciar a la vida tranquila, familiar, dar la espalda al mundo burgués. Pero este era un sacrificio fácil. Años más tarde, este mismo mundo burgués le pasaba factura por haberlo despreciado. Perdió contra el mundo, y al mundo le fue fácil vencerla, al ser ella una mujer. Se condenó a soledad, pues no le faltaría ego para exigir el puesto que le correspondía entre los escultores más grandes de su tiempo, para exigir que pronunciaran su nombre junto al de Rodin: el maestro, el amante, el genio. Y al no recibir el reconocimiento, rechazó a todos y a todo, se lanzó a la locura. Pasó los treinta últimos años de su vida en un manicomio. Su vida fue un “todo o nada”

Clotho 1893

Clotho 1893

Quizás fuera su orgullo el que le impedía adaptarse, o más bien la seguridad de ser dotada de un talento excepcional. En cierto modo, lo sacrificó todo para convertirse en la artista que ella veía dentro de si. Y, en cierto modo, a pesar de su carácter fuerte y su independencia, estuvo toda su vida a la merced de otros, en el bien y en el mal. Algunos de sus contemporáneos no dudaron de llamarla genio, a pesar de ser este un nombre reservado para los hombres.

Sólo con el mármol, en sus trabajos, vemos su lado más femenino, más frágil y sensible, más sensual, suplicando ternura y amor. Lo vemos en las líneas delicadas, filigranas de Sakuntala, en el humor ingenioso e inocente de las mujeres en el baño (Las Cotillas 1895). ¿Se habría vuelto loca si no hubiera tenido la oportunidad de desarrollar su talento? ¿Habría sido de ella entonces solo una soberbia insoportable, con delirios de grandeza? ¿Tenía Claudel una elección, podía haberse negado a seguir su vocación? ¿O era esta vocación una voz primitiva, un impulso más fuerte? ¿Se enamoró Claudel entonces del hombre Rodin, o del gran escultor, del talento del maestro?

Los temas que elegía muestran su crecimiento como mujer a la vez que desarrollaba su talento de escultora. Sus primeros trabajos chocan con su fuerza primitiva, original, genuina (Giganti 1885, Joven Romano 1886, La vieja Helena 1882). Sus últimos, especialmente Perseo, con la cabeza de la Gorgona en la mano, a la que Claudel puso su propia cara, indican delirios de grandeza. Si Rodin era un escultor de la superficie, como lo describió Rilke, Claudel buscaba la complejidad, la riqueza de los detalles, la limpieza de la técnica, la expresividad del gesto. Cada obra suya revela un mundo propio.

Lo que emana Claudel en sus días buenos es fuerza e independencia, y esto suele resultar cautivador a primera vista: una personalidad compleja, una energía viril, que parece que no necesita a nadie. Su persona, su yo era el centro de su mundo: necesitaba ser reconocida – oficialmente – por lo que era como persona y como artista, y amada tal como era. En su decisión – consciente o no, de luchar sola por ello, está su excepcionalidad, su grandeza y su drama.

No tuvo miedo de desnudar su alma y suplicar a su amor, y para exponer su posición precaria en la sociedad francesa hace falta o una fuerza interior enorme, o una desesperación abismal. Así describe su hermano, el poeta Paul Claudel, a la joven que forma parte de la composición La Edad Madura y en la que Claudel se representó a si misma: «¡No, que esa muchacha desnuda es mi hermana! Mi hermana Camille. Implorante, humillada, arrodillada, esa soberbia, esa orgullosa, así se ha representado a si misma. ¡Implorante, humillada, arrodillada y desnuda!¡Todo ha terminado!»

La Implorante

La Implorante, detalle de La Edad Madura 1902

Paul Claudel decía que su hermana creaba escultura de cámara, y lo cierto es que Camille no podía permitirse comprar materiales para una estatua grande. Durante toda su vida dependió económicamente de la ayuda de su familia, de su hermano, de Rodin, o de amigos. Así que esculpió miniaturas como Las Cotillas (1895), La Ola (1903), La Sirena o La Tocadora de Flauta (1903) entre otras, cada una de las cuales maravilla al espectador con la perfección tanto del concepto como de las lineas de los cuerpos, la naturalidad y la gracia del gesto.

Lo último a lo que se puede acoger, lo único que le queda después de que Rodin eligiera a su compañera de muchos años ante Claudel, es su genialidad, la fe en su genialidad. Lo que antes había sido una fuerza constructiva creadora, se convierte en una fuerza destructiva, dirigida contra ella misma.

Las Cotillas

Las Cotillas 1895

Sobre la belleza: “Y Seiobo descendió a la tierra” de László Krasznahorkai

El último ganador del prestigioso Man Booker International Prize es László Krasznahorkai. Lo recibió por toda su obra, y especialmente por su último libro “Y Seiobo descendió a la tierra”.

El libro abruma con su lenguaje intenso, rico y sensual. Terrenal – con la sensualidad y el aroma de la tierra fértil. Sutil –  con la sutileza de la cultura asiática, de su expresión, velada, aparentemente superflua, que roza la superficie de hechos, sentimientos, historias como con la ligera caricia del ala de un kimono. Oriente y Occidente fluyen y se entrelazan el uno con el otro creando una escritura krasznahorkai-laszlo-est_368x800abrumadora, estremecedora, con una fuerza primitiva y sofisticada al mismo tiempo.

Krasznahorkai tiene la capacidad única de hacer parar el tiempo, de hacernos ver la multidimensionaldidad de un momento, como cuando describe el pájaro inmóvil en la primera de sus 17 historias, fijado en su víctima. Son 17 miradas sobre las dimensiones de la belleza, sobre la belleza inmanente a la existencia, al ser, al estar ahí.  Podría ser también un ramo de pequeñas reflexiones, leyendas, historias. Es como el tiempo sin su linealidad: el antes y el ahora son conceptos vacíos, fuera de lugar. Lo que llena de vida el libro son los momentos de consciencia e intensidad, de intensa consciencia, de consciente intensidad. La majestuosidad per se – un pájaro níveo que al mismo tiempo es tan insignificante, un punto blanco en el paisaje que le rodea. El autor entrelaza esta imagen con la leyenda de la reina babilonia Vashti y su belleza extraordinaria, y añade así un elemento onírico al rosario de historias. Estamos en una entre-dimensión, en la que las leyendas tan antiguas como el origen de la civilización ocurren en el presente, y un momento – en el que el cazador blanco aguarda para clavar su pico en el pez  – es la eternidad.

Visitar el Acrópolis puede convertirse en poco tiempo, desde el acto más importante, el acto que debe poner punto a una época y abrir una nueva fase en la vida de uno, en algo tan absurdo, surrealista cuando la naturaleza humana sucumbe al sol, al calor. También aquí hay un elemento onírico, de majestuosidad sobre-dimensional, y un conflicto entre la grandeza y la insignificancia del hombre: El que creó el templo de la civilización europea, el que pensó en eternizar su grandeza con la blancura brillante, cegadora  y la firmeza del mármol, hacerlo brillar bajo el intenso sol mediterráneo, y el que NO es capaz de VER  el Acrópolis, de tanta grandeza y tanta blancura. ¡Y qué importancia tiene esto, si en cualquier momento nos puede pasar algo tan anodino como ser atropellados por un coche!

Con sutileza se asoma Krasznahorkai a los pantanos del alma humana: un asesino no nace, se hace, y a veces el azar ayuda.

¡Cuánto amor y cuanta ternura para su amado Japón! Al fondo de su profunda comprensión de la delicadeza japonesa, las reflexiones sobre la grandeza y el sinsentido, sobre la grandeza del sinsentido de La Alhambra. Un gran espíritu necesita crear por la belleza sin más, sin pensar en la funcionalidad de su obra, sin razonamientos prácticos.

La belleza de la cabeza de un Cristo, que durante años persigue un visitante, la belleza de los colores del maestro de Perugia, única, extraordinaria, como con un toque de magia, que nace y obedece solo a la mano de un maestro genial. La belleza de un caballo, cavado en tierra, bajo tierra, y la belleza sobredimensional del esfuerzo solitario, secreto, de creación por la creación, con el único fin de crear belleza.

La belleza en la genialidad de Bach, presentada por y opuesta a un personaje grotesco, casi indigno. La belleza angelical de un hombre que espera el fin de sus días en tierra lejana, una belleza que ha superado, ha vencido lo carnal, una belleza del espíritu, del alma.

Es un libro sobre la eternidad de la belleza, sobre la belleza fuera del tiempo, por encima del tiempo, una belleza estremecedora, monstruosa, majestuosa, sobrehumana.

Y ¿qué más da, si a todos nos devora la tierra?

Are Americans (still) exceptional? Some thoughts on George Packer’s “The Unwinding: An Inner History of the New America

American Exceptionalism is meant to be the official element both in the ideology of self-perception and in the foreign policy of the USA. But, in terms of society, do people feel exceptional by being part of it? How and where do we draw the line between the romantic concept of a society built on the firm belief in itself and the day-to-day life, where visions and ideals are often not enough or even out of place? Books have already been titled «The End of American Exceptionalism», prophesying or lamenting the fading away of this ideology. While reading «The Unwinding», one ends up asking himself: Is it over with the great unbreakable American spirit? This is the foundation, on which the book is built, it is this contradictory mixture of the sensation of being left alone and being compelled to make it, precisely because and despite the fact that nobody helps you: this is how America works.

The book offers a look at the last 30 years of the American society and a story of its decay. Written in a clear, transparent journalistic style, «The Unwinding» doesn’t analyze or interpret, it tells, interweaves stories, stories are intertwined from the reader’s angle, like parts of a puzzle which displays a realistic picture of US-society and its day-to-day life, bare of slogans and ideologies. The king is naked.

What makes American society exceptional is the concept of individualism and the expectation to live up to it. But reality looks different, the foundations on which American society is built and is proud of like religious faith, vertical mobility, the classless society, are a myth, «Schnee von gestern». Americans born after 1980 attend church far less frequently than young people did in the past, religious faith and values are losing importance. Vertical mobility seems not to be taken for granted any more: income and education are two of the main factors which dampen social mobility. Poverty is growing (holy 47%, Batman!, as Krugman exclaimed), the constitution is antiquated. People are concerned that a stronger social policy may turn the USA into a socialist country, individualism would wane.

«The Unwinding» restrains from judging, at first sight: Packer limits himself to tell a story, even if he sounds, at times, astoundingly personal. The characters comprise people from different social strata and build stereotypes, from members of the governing elites, who end up deeply disappointed by the political game, multimillionaires, self-made men, who support ingenious and ambitious young Americans to make the world a better place, through middle-class businessmen and rappers whose only goal is make money and write the story of their own glory, through bloggers and losers, to people who come from the lowest strata of society and manage to reinvent themselves and find stability.

Politics and economy play this game together. Like that Nothing in «The Never-ending story», it is a mechanism which eats up, swallows everything and everybody on its way. Packer doesn’t ask, whose fault it was, it is. «Greed» is the word that slickers through the pages of the book. But, can we blame Americans for being the way they are? For having made themselves, as the rules of the American Dream require? To keep the image of being exceptional, one has to sweep certain things under the carpet. If you pray individualism, you can’t expect a social state.

One inevitably has to compare the country now with the story Steinbeck narrated in “The Grapes of Wrath” not so long ago, during the Great Depression, in which the family from Oklahoma set off on their journey to California towards a survival, and each day of that journey was a fight and victory against hunger, misfortune, bad luck, against life. Some things have not changed. Land used to mean money, and money meant power. Today, land has been replaced by technology, but life still seems to be a journey to the Promised Land. The tools have changed, some rules have changed, but the commodity, the human material in its essence hasn’t.

From the arrogance of a European point of view, life must be hard for the people living in «small town America», in the central states, far from the bustling cities on the East and West coasts, where petrol means life, a job, everything, because otherwise, due to bad (or lack of) infrastructure one is isolated from the rest of the world. We compare their living standard with our » Old-World», European one: where cities and towns are packed with people and cars, but where infrastructure, public transport are -relatively- reliable, above all, they exist. One is never cut off, unless he wants it and, which is more important, is able to afford it. This is one of the merits of the social state: too much society.

On the other hand, a radical attitude towards academic education and the whole academic system is demonstrated by people on the top of society (top measured in income). Unless you want to get into politics and make a career, say, unless you want to be part of the system and play its rules, the system is useless. On the top of society, people openly accuse universities of being lazy, restrictive and encourage young academicians to create their startups and fulfill their dreams outside the academic system. Now, this must hurt. It doesn’t really leave us baffled, though: It is a logical effect of the highly praised American Individualism.

At European universities, until not long ago the concept of the university as a forum reigned, a place where ideas could be exchanged, ideals created, where great thoughts and movements could come to life. In the end, the good old and old-fashioned 19th– century model. But then, the Bologna educational reform was approved to make academic education more practical, functional, corresponding to society’s and world’s needs. Unfortunately, it has created students who go through courses, subjects, and exams mechanically. Very few of them excel thanks to their creative mind and a spirit to change things for better, thanks to inspiration. I’m not saying that America can boast about its superb, ingenious youth, but at least the possibility to grow unchained exists.

And yet, the real, authentic hero is the average American and with him, this overwhelming feeling of being impotent, a cog in the machine. A hero in the traditional, classical sense, who combats destiny and forges his future, despite politics and economy, because this is what he has always done. Americans are trapped by their own idea of exceptionalism, as it involves the assumption one has to make it on his own. Rules have an only relative importance in a society in which the extremes are so far away from each other. At some point, the author says that the American people have forgotten that they are exceptional, the only thing they need is to remember it and be exceptional again.

The book is a lamento and an ode to the American spirit, to the pride of being American, even if that means to fight and fall and stand up again, always alone. So full of admiration it may sound, this kind of rhetoric could never impress in Europe: too much society, too much state. Individualism is the main ingredient of that complex building called American Exceptionalism. And it can thrive and glitter and become greater and greater only in this society.

So, yes: America huele a moho, and it will need to rethink its identity and image. Values need to change, the concept of exceptionalism needs to keep pace with the time if Americans want to feel exceptional again. And this is not a question of taste, it is a necessity for the whole world, too many things depend on America.