El perro de mi vecina

El perro de mi vecina murió. Acompañó a la familia como pudo, era fiel cuando debía y porculero cuando le apetecía. Al final su cuerpecito se cansó de vivir. Los niños se despidieron de él. Lloraron y lo abrazaron. Lo besaron en la nariz mojada y entre las orejas. También en la frente, como se besa a los hijos predilectos. Los dueños se despidieron de él. Le dijeron que le querían y dejaron que su alma perruna fuera libre. 

Al enterarme, me fui a casa, abracé a mi gata. Intercambiamos una de aquellas miradas directas y profundas. Me imaginé su hora de muerte, se me llenaron los ojos de lágrimas y casi se me escapa un sollozo: pequeñas tragedias absurdas, cuando el día a día es demasiado previsible. Gracias a Dios, ella tiene los pies en la tierra y mis dramas, reales o imaginados, no la impresionan. 

Ahora las cenizas del perro alimentan un árbol.


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2 comentarios en “El perro de mi vecina

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